lunes, 23 de febrero de 2009

UNA DONACIÓN


Siguiendo con el tema de las joyas, y la mucha importancia que revestían para el estamento nobiliario, no hemos de dejar aún en tan importante asunto a nuestra familia de los Carrasco y la Condesa de Villaleal. Su influencia no sólo resultaba palpable en La Roda, sino que ya vamos viendo cómo trascendía los límites del concejo, del de Albacete, e incluso sobrepasaba los de la actual provincia de Albacete, como un dia tendremos ocasión de tratar.

Una donación curiosa efectuada por esta familia en Albacete capital es la corona imperial de metal dorado y predrería que luce en muchas ocasiones la patrona de la ciudad, la Virgen de los Llanos, que es la que se aprecia en esta imagen. Suponemos que haría juego con la pequeña corona del Niño Jesús, y tal vez con el rostrillo de la Virgen. La corona, dispuesta con formas vegetales terminadas en un orbe sobre el que se levanta una cruz, se encuentra rodeada por una aureola de gran amplitud. Desde el borde exterior del aro principal parten doce estrellas sobre base calada en forma de S pareadas y enfrentadas, alternadas con ráfagas en cuyo centro se disponen anatistas de color morado en forma de lágrima, que le aportan al conjunto gran vistosidad.

El interior del aro principal se adorna con una especie de puntilla en todo su contorno, mientras que en la superficie frontal de su cenefa puede leerse la siguiente inscripción, una vez separadas las palabras por pequeñas piedras moradas: DADA / POR / LA / EXCELENTISIMA / SEÑORA / CONDESA / DE / VILLALEAL / AÑO / DE / 1860

Esta fecha se correspondería con varias hipótesis: que hubiera sido donada por Dª Francisca de Paula Carrasco y Arce, la hija de la recordada Dª María Joaquina de Arce (fallecida en 1848), y receptora de aquel aderezo de diamantes del que hablabamos en otro capítulo. A pesar de que Dª Francisca de Paula efectuó testamento en 1833 en Murcia (había nacido en 1782), no parece que hubera fallecido por entonces, por lo que efectuaría tal donación con 78 años. En su defecto, y ante la falta de más datos, la condesa de Villaleal donante pudo ser su nieta Enriqueta, hija de Don Joaquín Roca de Togores (hermano de de Don Mariano, Marqués de Molíns) y de Doña Mª Ana Corradini, que por entonces sería muy joven, puesto que había nacido en 1842.

En cualquier caso, se trata de un recuerdo más de esta familia, que aunque acompaña en numerosas ocasiones a la Patrona realzando más su dignidad, resulta muy difícil alcanzar a leer la inscripción y otorgarle de este modo su valor histórico y estético.


jueves, 19 de febrero de 2009

TORTA, CHORIZO Y HUEVO...


En muchas localidades de la España seca, y La Roda no es una excepción, el Jueves Lardero es la fiesta que anticipa el inicio del Carnaval. Con él arranca un protocolo anual de culto a la carne, a la grasa animal, preferentemente el tocino de cerdo -el lardum- que se prolongará hasta el Miércoles de Ceniza como contrapunto a la austeridad de la Cuaresma.
El origen de la fiesta es incierto, aunque como tantas otras tradiciones populares vinculadas a lo religioso parece gestarse en los inicios de la Baja Edad Media y consolidarse durante el siglo XVII, dos momentos históricos marcados por la crisis socioeconómica y una fuerte imposición moral. Sólo en estas circunstancias podría entenderse el valor redentor de la gula frente al hambre o la abstinencia, además de las formas lúdicas y exhibicionistas que adquiere. Tampoco el homenaje al lardo parece circunstancial. A estas alturas del invierno, los frutos de sanmartín se reducirían a embutidos y despojos, convertidos por el refrán en los más deliciosos manjares: “En Jueves Lardero… torta, chorizo y huevo”.
El desafío pagano a cuarenta días seguidos de espiritualidad debía tener también su territorio. Si el desierto era el escenario adecuado para llegar a Dios, la fértil campa lo será para huir de él. Al menos durante siete días, hasta que el sacerdote, imponiendo sus dedos en nuestra frente, nos devuelva a la razón mientras sentencia: “…polvo eres…”
Todos los años, el día de Jueves Lardero los rodenses se desplazan a los campos de San Isidro para continuar el ritual.

Imagen: Pieter Bruegel "el Viejo". La riña entre el Carnaval y la Cuaresma (detalle). 1559.

martes, 17 de febrero de 2009

UN DISEÑO DE ADEREZOS


A propósito del recuerdo que ha efectuado Manuel sobre el aderezo de brillantes de Dª Francisca de Paula, podríamos hacernos una idea de los diseños que en aquellos momentos "se llevaban", así como del refinamiento que imperaba en las gentes altamente pudientes de la época, observando el que muestra en esta imagen la reina Dª Maria Cristina de Borbón, en un cuadro de Vicente López fechado en 1830. A simple vista mezclaba en su factura perlas pequeñas y brillantes, dispuestos en torno a una corona real que desde el centro del pecho recogía diversos collares y colgantes de dos vueltas, unidos finalmente a ambos lados del cuello. Se complementaba con un ostentoso tocado para el pelo, en el que flores y plumas de brillantes otorgaban un aire señorial al ya de por sí complicado peinado a la moda, adornado en altura con otras plumas de vistoso colorido.

VAJILLA CHINA PARA UNA CONDESA


Vuelvo a leer la entrada “El aderezo de brillantes”, publicada por Mercedes el 4 de febrero, y advierto que entre el profuso ajuar matrimonial de Dña. María Francisca de Paula Carrasco y Arce se encuentra –y no precisamente en último lugar- un “almuerzo de China” como parte de la dote de la hija de la Condesa de Villaleal.
La posesión de piezas de porcelana de tan remoto lugar fue una de las curiosas señas de distinción entre la nobleza europea desde el siglo XVII. La delicadeza de la cerámica oriental era identificada como signo de buen gusto, no exento de una carga de exotismo en consonancia con la mundana hidalguía salida del capitalismo inicial y el posterior enciclopedismo de las ideas ilustradas.
Aunque la porcelana china era conocida y apreciada en Europa desde el siglo XIV, no fue hasta principios del XVII que se hizo popular gracias al desarrollo del comercio con Extremo Oriente; favorecido por la creación de las Compañías de las Indias Orientales y la suspensión del patronato imperial en los hornos de Jingdezhen, lo que animó a los productores chinos a buscar nuevos mercados en el extranjero. Poco después, la llegada al poder de la dinastía Qing -de origen manchú-, en 1644, contribuyó a favorecer la elaboración de vajillas para la exportación. Con frecuencia eran realizadas por encargo y en ellas la tradicional decoración a base de paisajes idealizados, escenas costumbristas y figuras vegetales y animales estaba complementada o sustituida por los escudos de armas de las grandes familias europeas en el característico color azul y blanco, célebre desde la época Ming. Con el tiempo, los importadores llegaron incluso a enviar maquetas para la creación de nuevos modelos de piezas más acordes con la moda rococó del siglo XVIII y a los que se añadían ahora esmaltes de color verde, rosa, negro o amarillo.
La “querella de los ritos”, a partir de 1715, no acabó con el comercio de porcelana, que por entonces se había convertido en una de las principales fuentes de riqueza del imperio, pero terminó por centralizarlo en la ciudad de Cantón. Desde allí partían los barcos portugueses, ingleses, holandeses o suecos con rumbo a Europa para vender la apreciada loza del periodo Qianlong, que a lo largo del siglo fue perdiendo calidad a medida que los funcionarios gubernativos dejaban el control de los talleres a las autoridades locales. Quizá por ello, desde mediados de siglo se redujo sensiblemente la demanda y se buscaron alternativas en la cerámica japonesa de Imari, de amplia paleta y complejas decoraciones, y en fábricas europeas como Meissen, Worcester, Capodimonte o el Buen Retiro que desde entonces incluyeron entre su producción los repertorios chinoiseries.
En España, sin embargo, la cerámica de Compañía de Indias –como se la conoce genéricamente- siguió siendo hasta 1785 un lujo excepcional. Ajenos a las rutas comerciales por el Índico, los pedidos se tramitaban desde Acapulco, vía Manila, lo que encarecía las transacciones y posibilitaba que muchas de las piezas se “perdiesen” en las ferias mejicanas. Desde esa fecha, gracias a la creación de la Real Compañía de Filipinas, las embarcaciones españolas optaron por una ruta directa a través del cabo de Buena Esperanza hasta el puerto de Cádiz. De ahí que los primeros años del reinado de Carlos IV fueran de una intensa actividad comercial en este tipo de género, permitiendo a la nobleza española equipararse con la de los principales Estados europeos. Las colecciones de porcelana China se exhibían ahora con orgullo en los grandes salones palaciegos de nuestro país y las piezas de uso: servicios de mesa, tocador o medicina…, se convirtieron en la máxima expresión del refinamiento.

miércoles, 11 de febrero de 2009

LA RUINA ES BELLA



Desconozco si el famoso modisto gallego se inspiró en John Ruskin cuando decidió utilizar la célebre frase “la arruga es bella” como carta de presentación de su estilo de ropa. Pero, si aplicamos en sentido metafórico este axioma para referirnos a un monumento, convendremos que está muy próximo a las ideas del inglés, teórico del arte, sobre el valor de la ruina y el concepto de lo bello; la arruga es el epítome de aquélla y al igual que las pieles ajadas por el tiempo, posee el valor de lo histórico, es única y mudable.

La consideración de la ruina en su sentido plástico se remonta al siglo XVIII y al redescubrimiento arqueológico de la antigüedad clásica a partir de los hallazgos de Pompeya y Herculano, y los capricci del arquitecto y grabador italiano Juan Bautista Piranesi. Mientras para muchos los testimonios del pasado esplendoroso de Roma debían entenderse como el punto de partida en el desarrollo de un arte reconstructivo basado en la imitación, el neoclasicismo, otros optaron por aproximarse de puntillas a lo remoto a través de una mirada romántica, plena de recuerdos y ensoñación. El juicio estético propuesto por Kant introducía además el componente subjetivo en la apreciación de lo bello -huyendo del rigorismo matemático- al servicio de un gusto que posibilitaba no sólo la representación sino la redención de lo feo, lo decrépito o lo deforme, en definitiva, lo ruinoso, que a través del arte podía ser transformado en algo sublime.

No es casual, por tanto, que la estética de lo sublime –entendida como expresión última de lo humano- preceda y conviva con el romanticismo, se manifieste como reacción espontánea ante la naturaleza arrebatadora e incontrolada y vaya acompañada por un nuevo sentido de la belleza y una sensibilidad especial hacia la ruina. Ésta, como evidencia de lo imperfecto, se constituía así en ideal del modelo artístico moderno, indecoroso y poético; horrible, en la dimensión más académica del término, y, sin embargo, arrebatadoramente bello. Schelling lo resume en su opúsculo Sobre lo patético, afirmando que la finalidad última del arte es “la representación de lo suprasensible” a través del pathós y la naturaleza doliente. Por eso, durante buena parte del siglo XIX, y la Revolución Industrial no hizo sino reafirmar esta idea, la ruina constituyó la obra de arte en estado puro, la que expresaba de manera sencilla y precisa el sentimiento trágico del genio. En definitiva, el nexo entre el hombre y la naturaleza; nacida de aquél y modelada por ésta en un sutil desequilibrio sobre la gestación del arte y la belleza:
“La naturaleza es bella cuando al mismo tiempo parece ser arte”.

La frase de Kant supeditaba el contenido al continente artístico, subvirtiendo completamente el ideario clásico, entumecido y cubierto de vegetación. La cualidad de la belleza dejaba de ser pertenencia de las características intrínsecas de la obra para convertirse en la capacidad de reflexión que ésta generaba. Antes que él, Lessing ya había apuntado en ese mismo sentido al afirmar que sólo la dimensión estética del arte es capaz de convertir la tristeza en placer.

La exaltación de la ruina, frente al goce acartonado de los decrépitos jardines ilustrados de Hubert Robert, surgía entonces de una dimensión heroica que ejemplificaba la desobediencia al arte reflexivo y canónico que asesinase Hegel. Sólo ella representaba la verdadera espiritualidad, la que nacía de la introspección y del medievo, la tabla de salvación para el nuevo hombre; la dimensión que le separaba de Dios en los lienzos de Caspar Friedrich o Gutav Carus.

Por eso, la tecnología fabril impulsó como bautismo creativo la grosera idea del “revival”, el medio más eficaz para acabar con la ruina y, lo que es peor, para construir su propio ideal de belleza, embarrotado y plano. Y lo sublime se transformó en pintoresco. Y la ruina en objeto de restauración. De ahí que algunos como John Ruskin defendieran la condición mortal del monumento; un ciclo que, como en cualquier otro ser vivo, posee principio y fin:
Su última hora sonará finalmente; pero que suene abierta y francamente, que ninguna institución deshonrosa y falsa venga a privarla de los honores fúnebres del recuerdo”. John Ruskin: Las siete lámparas de la arquitectura (1849).

No se interpreten mis palabras como un alegato en contra de la restauración, mas a favor de su carácter mesurado y científico; tampoco en defensa de la ruina que procede del desconocimiento, el expolio, la desaprensión y la desidia, y no del monótono transcurrir del tiempo...

lunes, 9 de febrero de 2009

Un paseo por El Palacio de los Gosálvez

El pasado 24 de Enero, el grupo de trabajo hizo su segunda excursión. El destino, en esta ocasión, fue Villalgordo del Júcar, donde visitamos el Palacio de los Gosálvez. Aquí os dejamos una pequeña muestra fotográfica de lo que pudimos ver.

Restos de la papelera "Puente D. Juan" instalada en el siglo XIX. En estos sótanos se comenzó a cultivar el "Champignon de París", germen de los cultivos actuales de la zona en cuevas y sótanos.




Castillo pintoresco que daba acceso desde el palacio a la zona de producción.



Parte central del Palacio de los Gosálvez, de estilo ecléctico francés. Consta de dos plantas, y una tercera integrada en la mansarda.



Fachada posterior del palacio que daba acceso al jardín botánico.




Linterna de coronación de la mansarda. Ésta última, está hecha de madera y recubierta de zinc.



Viviendas de los guardeses en la puerta de acceso al recinto palaciego.


Interior de la Capilla de la aldea donde vivían los empleados del palacio y de las fábricas.




Canalización artificial sobre el rio Júcar, para su utilización en la central hidroeléctrica.

miércoles, 4 de febrero de 2009

EL ADEREZO DE BRILLANTES


Una de las mejores maneras de conocer el ambiente y el trasfondo social de una época determinada, es acercarse a determinadas actitudes o modas, que repetidas secularmente entre generaciones, fueron poco a poco convirtiéndose en costumbre. Entre dichas maneras desatacan las dotes matrimoniales, muy representativas de los grupos privilegiados, y en algunos casos caracterizadas por una gran suntuosidad, muy alejada de lo que acostumbraban a realizar entre los grupos del pueblo llano debido a su pobreza.

Un ejemplo de este boato nobiliario lo encontramos en Mª Francisca de Paula Carrasco y Arce, hija de la Condesa de Villaleal. En 1799 se casó con Don Luis Roca de Togores y Rosel, Conde de Pino-Hermoso. La dote se compuso entre otras cosas de almuerzos de china, cobertores de cama festoneados, sábanas de lienzo, guantes de piel de cabritilla y batista, vestidos de raso bordados en seda, abanicos, alfileres y sortijas de brillantes, relojes de oro y medallones, baúles, escribanías de plata, seis pares de zapatos, juegos de peinadores con mangas y encajes, tela de muselina para camisas de dormir, una gorrita de encaje sobre lino, medias, toallas, pañuelos, blondas, corpiños y chales. El total de su dote ascendía a 392.772,20 reales, a los que se añadían los 39.877,7 como donación de sus padres. Además, su padre Don Fernando Carrasco, le dio en concepto de alimentos y por ser su sucesora una paga de 3.000 ducados anuales, correspondientes a la sexta parte de sus mayorazgos, y pagaderos en junio y diciembre.

De entre los objetos de la dote antes reseñados y no mencionados, no quiero olvidar aquí la presencia de un coche a la inglesa de color verde con orla de oro y forrado en terciopelo de colores, valorado en 28.717 reales; y la de un jubón de maja guarnecido de presillas de seda, con más de mil botones de plata, valorado en 2. 046 reales.

Pero sobre todo destacar un aderezo de brillantes compuesto por un collar con dos corazones unidos, un par de pendientes largos con colgantes, dos manillas a dos carreras, dos flores grandes, una media luna para el peinado, y una sortija de lanzadera y otra ochavada. En total, este fabuloso aderezo para Doña Mª Francisca se encontraba compuesto nada menos que de 3.490 brillantes montados al aire y forrados por su espalda de oro, ascendiendo su valor a los 134.434 reales.

A mediados del mismo siglo, un jornalero de Albacete ganaba entre 300 y 500 reales anuales, y si era maestro de algún oficio, su sueldo podía llegar con suerte a los 800 reales anuales. Aunque tal y como afirmaba Hamilton hacia los últimos veinte años del siglo XVIII, cuando se celebró esta boda nobiliaria, los sueldos de los que trabajaban tendieron a ascender, si decidiéramos comparar dichos salarios anuales de los jornaleros con la dote matrimonial de Dª Mª Francisca, no sabríamos lo que tendrían que trabajar -no vivirían lo suficiente- para alcanzar y ni siquiera acariciar uno sólo de los objetos antes expuestos. Y del nivel de vida no hablemos... ¡Así se casa cualquiera! dirían, observándo a los privilegiados como aparecen en el cuadro de Fragonard que adorna esta pequeña semblanza costumbrista.

POLÍTICA Y PATRIMONIO

El grupo de trabajo RUTBA nos esta sirviendo para poder comprobar el maravilloso patrimonio que ofrece la comarca de la Roda, pero también, al menos personalmente, para comprobar lo importantísimo que es para nuestros representantes el patrimonio y su conservación... por supuesto hablo con total ironía.

Siempre nos han vendido Albacete como una provincia muy moderna pero cuyo patrimonio no era importante ni destacable... en todo caso era digno de mencionar el patrimonio natural que nos podemos encontrar en el Nacimiento del Rio Mundo, pero, más allá, todo era mediocre. Sin embargo, en tan sólo dos salidas he podido comprobar su riqueza y al mismo tiempo su desconocimiento a pesar de poderlo encontrar a escasos kilómetros de la capital manchega.




















La primera escala de nuestras salidas fue TOBARRA, concretamente en el paraje conocido como Alboraj, para visitar unos eremitorios altomedievales. Si preguntamos a algún tobarreño si conocen la existencia de los mismos, probablemente muy pocos acertarían a guiarnos, y ahí nos encontramos uno de los grandes problemas del patrimonio español: la ignorancia. Una ignorancia que permite que se hayan cometido y, lo más grave, que se sigan cometiendo barbaridades con el mismo ante la pasividad de nuestros ilustrísimos representantes. Así, en el caso de los eremitorios de Tobarra, por ejemplo, ha permitido que en la vivienda del eremita nos encontremos un colchón sobre palés de obra, testigo de los encuentros pasionales y furtivos de la localidad; que el recinto sagrado se haya utilizado en el pasado como corral para el ganado y que en la actualidad un vecino lo esté utilizando como horno crematorio para obtener cenizas con las que abonar su campo; y, por si acaso esto fuese poco, que en la parte posterior del recinto se haya ubicado una cantera que, de seguir avanzando, amenaza con acabar con el yacimiento.

Dice el refranero español que "Para estudiar no hay que ir a Salamanca" a lo que se le puede añadir que "para ver un acueducto de época tampoco hay que ir a Segovia" ya que precisamente nos encontramos con uno (mucho menos espectacular, por supuesto) en la localidad de ALBATANA.
Claro... que lo podrán ver si lo encuentran, dado que es bastante dificil seguir los carteles indicativos del monumento, sobre todo porque NO EXISTE NINGUN TIPO DE SEÑALIZACIÓN!!! Y es que de esta forma será más fácil dejar que se hunda, como el molino del siglo XVIII al cual movía el acueducto, y emplear ese dinero en construir algún instación en la cual sea más económico "hacerse la foto".

Terminamos nuestra primera salida en CHINCHILLA DE MONTEARAGÓN, declarada de Interés Turístico por su magnífico patrimonio a pesar de que en las últimas actuaciones se está produciendo más que una restauración una reedificación, que puede quedar más fotogénico, pero que, sin duda, no muestran algo real.




















Por último, nuestra última salida se produjo al Palacio de los Gosálvez, magnifico palacio de estilo versallesco cuyo constructor tuvo la inconsciencia de construir en un territorio a pocos metros de Villalgordo del Júcar (Albacete) pero que pertenece a Casas de Benitez (Cuenca). El resultado de todo ello ha sido que, a pesar del abandono que sufría el palacio en manos privadas, la administración tampoco actuó por la complicación de los tramites a llevar a cabo para hacer cumplir a los propietarios la ley de Patrimonio, al igual que tampoco actuó ante el expolio que sufria el palacio. El resultado de todo ello es el aspecto ruinoso que presenta en la actualidad el magnífico conjunto que constituye tanto el palacio como las fábricas y capilla que están dentro de la propiedad.

En resumen la conclusión que he extraido de estas dos salidas es que, al parecer, los grandes males que sufre nuestro patrimonio es la ignorancia y lo costoso que para algunos les resulta su conservación para rellenar un titular de periódico.