miércoles, 25 de marzo de 2009

VISITA A LAS REALES FÁBRICAS DE RIÓPAR.
















Todo preparado, iniciamos nuestra tercera aventura. Tras una semana, donde el sol y el buen tiempo acompañan, esperamos que así se mantenga. Pero, la meteorología es caprichosa por estas fechas y anuncia para este fin de semana borrasca. Y es que, el mal tiempo se está convirtiendo en nuestro fiel compañero. Con todo, nos disponemos a disfrutar de un fin de semana en pleno corazón de la sierra de Alcaraz, nuestro destino Riópar.
Una primera comitiva marcha para allá el viernes. Manuel y yo decidimos ir el sábado por la mañana. Tomamos carretera y en una hora nos unimos a nuestros compañeros que nos esperan con impaciencia. Un rápido café y comenzamos visitando el Museo de las Reales Fábricas. Allí, Cristina, de la Oficina de Turismo, con amabilidad y disposición, nos guía por un apasionante viaje que nos traslada a finales de siglo XVIII. Por aquel entonces, un ingeniero vienés afincado en Madrid, Juan Jorge Graubner, enterado de la existencia de una mina de calamina en Riópar, mineral del que se obtiene el zinc, se traslada hasta allí para valorar la posibilidad de explotación de la mina. Poco tiempo después, en el año 1772, el rey Carlos III le concede una Real Cédula. Ese mismo año se inician las primeras obras, el proyecto comprendía no solo las obras en las minas y la construcción de los talleres propiamente dichos, sino levantar un pueblo completo dado que por el lugar de ubicación había que construir las casas de operarios y todo lo necesario para el abastecimiento de éstos y de la propia fábrica. En el museo se pueden contemplar los primeros talleres. Allí podemos encontrar una amplia representación del proceso de fabricación de objetos de latón, bronce y cobre, como son los hornos de fundición del metal con sus crisoles, diversos moldes de arena y de coquilla, y una amplia gama de maquinaria para el proceso de conformación, prensas, cortadoras, laminadoras, tornos, fresadoras, pulidoras, muchas de ellas de finales del siglo XIX y principios del XX, que constituían una tecnología puntera en la época. Concluida la visita, dirigimos nuestros pasos hacia la Puerta del Arco, éste fue el primer edificio levantado de este complejo proyecto. En 1792, Eugenio Larruga, enviado por el rey para inspeccionar las instalaciones hace de él la siguiente descripción:
“Plaza espaciosa formada de casas altas para habitaciones principales, con diferentes almacenes para los géneros y metales; el oratorio, y varios talleres para tornear madera, metal y hierro, para los aplanadores de cascarria de latón, para la fabricación de crisoles y retortas, la cárcel, la panadería, pósito de granos, y estanco de tabacos, con una fuente de buen agua, que no necesita de nieve para enfriarla en tiempos de calores”.
Todas estas instalaciones constituían el primer emplazamiento de las Reales Fábricas, denominado San Juan de Alcaraz, ubicadas junto al arroyo Gollizo.
Es momento de marchar, tomamos carretera y nos desplazamos hacia el tercer punto productivo de las fábricas, San Miguel, más conocido como el Laminador. El lugar se ubica en la confluencia del río Mundo con el de la Vega. Es una explanada envuelta en viviendas de una sola planta levantadas para alojar a los trabajadores, y que algunas se han mantenido habitadas hasta hace pocos años. En el margen izquierdo encontramos el taller de laminación que sirvió para la obtención de planchas de cobre. Su vida fue breve pues, en el invierno de 1802, dos años después de su inauguración, la crecida del río Mundo arruinó cuanto encontró a su paso. Las pérdidas fueron tales que jamás volvió a ponerse en marcha y su actividad se trasladó a San Juan.
El tiempo se nos ha echado encima, y el hambre comienza a hacer acto de presencia, es hora de recuperar fuerzas, y así lo hacemos disfrutando de una magnífica comida, y de una amena compañía.
Continuamos nuestra incansable aventura, en Arroyofrío, donde el hipnotizador murmullo de sus aguas y el cautivador paisaje es una delicia para nuestros sentidos, paseo y tranquila conversación. Concluimos el día, en Cotillas, donde visitamos su iglesia de finales de siglo XV, de estilo gótico mudéjar.
Es hora de retirarnos a descansar, nos espera al día siguiente otra nueva jornada.
Se levanta el día con lluvia, parece ser que el tiempo se empeña en no darnos un respiro. Con todo, pertrechados en nuestros chubasqueros, no podemos perdernos un pequeño milagro de la naturaleza, el nacimiento del río Mundo. El lugar es impresionante, donde piedra y agua se unen para ofrecernos un magnífico espectáculo, además el invierno ha sido generoso en lluvias, y el agua fluye abundantemente.
Finalizamos la mañana en Riópar Viejo, en donde pocas viviendas de antaño se mantienen en pie, y muchas casas rurales se han levantado. Visitamos la iglesia del Espíritu Santo, construcción del siglo XV, también de estilo gótico-mudéjar. Formada por una planta rectangular con cinco tramos separados por arcos diafragma La cubierta del templo es una armadura de madera decorada con pinturas de tipo mudéjar. En el exterior destaca una sólida torre, de la que el cuerpo inferior ocupa la capilla de bautismo, así como los contrafuertes. Avanzamos hacia la ladera de la montaña, donde encontramos los restos del Castillo-Fortaleza, de origen islámico, que son compartidos en la actualidad por el cementerio. El Castillo-Fortaleza fue reconstruido en época cristiana, pero hoy en día sólo se conservan restos del lienzo defensivo y algún torreón.
La mañana concluye, es momento del avituallamiento. Manuel nos sorprende con unos ricos gazpachos que no tardamos mucho en devorar. El fin de semana toca a su fin, regresamos hacia Albacete con la sensación de que a finales del siglo XVIII una verdadera revolución industrial llegó a un recóndito pueblo de la Sierra de Alcaraz, llamado Riópar, que marcaría para siempre su historia.




miércoles, 18 de marzo de 2009

domingo, 15 de marzo de 2009

TRADICIÓN ESCURIALENSE EN LA RODA. LA TORRE DEL SALVADOR.




La primera señal identificativa de La Roda es, sin duda, la torre campanario de la iglesia del Salvador, conocida popularmente como “El faro de La Mancha”, por ser testigo y guía de las comunicaciones que desde nuestra región ponen en relación el levante español con el centro peninsular. Sin embargo, no se trata sólo del monumento más visible de la población, sino también uno de los más destacados; coronación del templo columnario al que acompaña y plasmación artística del desarrollo urbano de La Roda durante los siglos XVI y XVII.
Erigida como es tradicional al oeste de la construcción y en el centro mismo de su eje axial, la torre consta de tres cuerpos –incluido el de campanas- y remate en sencillo chapitel piramidal. Se corona con bola, a modo de cofre, y cruz a más de cincuenta metros de altura. Y, sobre el cerro del castillo, domina buena parte de La Mancha oriental, el campo de Montiel y las sierras de Alcaraz y Montearagón.
Los orígenes de la fábrica son inciertos, aunque algunos documentos indican que pudo iniciarse en 1569. No obstante las obras no debieron agilizarse hasta 1581, cuando el Visitador General del Obispado de Cuenca, Juan de Castañeda, apelaba a la necesidad de concluir “las bóvedas, la torre y la capilla mayor de la iglesia”. Poco tiempo después debía estar ya levantada, si es cierta una nota encontrada en la bola del remate que señala que fue en 1604 cuando se ascendió por vez primera a ese punto (*).
Sobre su autoría, desconocemos si pudo ser obra de Hernando de Buedo quien en 1569 hacía la capilla de Santa Catalina, del más afamado Agustín Berlandino, maestro cantero en el importante convento de Santo Domingo de Orihuela, vecino y residente en La Roda a principios del s. XVII, o de cualquier otro. Pero parece probable que a lo largo del tiempo debieron intervenir varios artífices y que las trazas de la cornisa fueron dadas por alguien vinculado con el último renacimiento palladiano. Sabemos sí que el chapitel hubo de ser reparado en 1664 conforme al proyecto del maestro de obras del obispado conquense José de Arroyo, y que se repitieron las restauraciones en 1734 y 1803.
Frente a la desnudez de sus cuerpos inferiores, emparentados con la parroquial de la vecina Minaya o la más lejana de Quintanar de la Orden, la crestería es de un sobrio manierismo, con friso de canecillos alternantes y antepecho cajeado y decorado por pirámides y bolas herrerianas. Los motivos ornamentales nos recuerdan los que presiden el ayuntamiento de Villarrobledo, concluido en 1599. El entablamento a la portada dórica del lateral de la iglesia de San Martín en La Gineta, tallada en las primeras décadas del siglo XVII. Y el chapitel al que se eleva sobre la torre de la iglesia de Pozo Rubio, de la misma época.
Sea como fuere, el conjunto responde a un modelo arquitectónico que cautiva al viajero por su monumentalidad y solidez, relacionado con lo toledano y de evidentes influjos escurialenses. En 1755 el padre Pablo Manuel Ortega en su Descripción Corográfica de la Provincia de Cartagena escribe de primera mano: “ … su torre, con su capitel (sic) de piedras labradas, es alhaja que pareciera bien aunque fuera en la Corte”.
En 1879, Leandro Candel, maestro relojero de Lezuza, instalaba el reloj que podemos apreciar en las fotografías de principios del siglo XX. En 1925, el palentino Moisés Díaz montaba el actual, posteriormente desplazado hacia el campanario que hubo de ser parcialmente cegado.

(*) Inocencio Martínez retrasa la fecha a 1634, por coincidencia cronológica con los personajes que se mencionan en la citada nota.

martes, 10 de marzo de 2009

MIERCOLES DE CENIZA












La Cuaresma se inicia 40 días antes del Domingo de Ramos con la imposición de la Ceniza, Cuarenta días en los que para los cristianos se impone la oración, la penitencia y el ayuno.

La imposición de la ceniza, es un rito en el que a los cristianos se les recuerda la fugacidad de la vida en la tierra y les anima a prepararse para la vida eterna en el Cielo. Para su imposición el sacerdote puede utilizar, principalmente dos sentencias: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás" o sobre todo “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.

Pero, ¿cuál es el origen de este rito?; Antiguamente los judíos acostumbraban a cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y también conocemos que los ninivitas usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida.

En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial", que representaba su voluntad de convertirse.

Ya en el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner ceniza al iniciarse la Cuaresma.

Para ello se utilizan las cenizas que se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior, como símbolo de que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada. Por otra parte, el período de Cuaresma también fue usado para preparar a los que iban a recibir el Bautismo en la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.

En conclusión, la imposición de ceniza es una costumbre que recuerda a los cristianos que algún día van a morir y que su cuerpo se reducirá a polvo, al igual que ocurrirá con todo lo material que atesoren; Por el contrario, todo lo espiritual lo conservaran durante toda la eternidad, incitándoles de este modo a cultivar más lo espiritual que lo material, y preparándoles de este modo a vivir una Semana Santa en plenitud.

domingo, 8 de marzo de 2009

IGLESIAS GÓTICAS EN LA MONTAÑA DE ALCARAZ


La arquitectura gótica ha sido catalogada tradicionalmente como la quintaesencia de la estética de la luz, en relación con los principios constructivos surgidos en la Francia de los Capetos al hilo de la interpretación de los textos de Juan Escoto sobre la delgada línea entre lo material y lo espiritual, inspirados en el Pseudo Dionisio Areopagita, un seguidor de Plotino confundido con el original ateniense quién sabe si por espurios intereses del abad Suger :
Las luces materiales son imágenes de las luces inteligibles y, sobre todo, de la luz verdadera misma.
Quizá por eso, a menudo hemos identificado el edificio gótico con una estructura mayestática y ascensional, donde el volumen espacial se convierte en algo ingrávido y etéreo, gracias a los vitrales que sustituyen los muros de piedra por enormes cortinas de color y luz, convertidas ahora en imagen alegórica de lo sagrado. Es la idea de la catedral epatante, rival de sus vecinas en altura y esplendor, y evidencia última del mayor prestigio y poder de los nuevos burgos a los que sirve de guía y de la sede episcopal a la que representa.
Siendo éste el edificio prístino de la Baja Edad Media, desde luego no es el único, ni en su sentido funcional ni en su tipología. La diversificación de las actividades humanas como consecuencia de la reactivación política y mercantil favoreció el desarrollo de construcciones conforme a las nuevas circunstancias sociales, al tiempo que permitió una simbiosis entre diferentes elementos y modelos constructivos de procedencia diversa y de origen religioso o civil. Hay quien duda, por ello, que todas estas variables puedan estar sujetas a unos mismos principios estilísticos y propone una revisión del viejo y demoledor epíteto vasariano. Pero no es éste el objeto de nuestro comentario… , sino destacar cómo en el ámbito mediterráneo surgieron arquitecturas que sustituyeron el principio ascensional por otro puramente espacial, más acorde con su finalidad práctica pero inspirado también en la filosofía religiosa, en este caso escolástica. Desaparecida la alegoría lumínica, el edificio quedaba reducido a su dimensión natural, el volumen, meridiano y perfecto, racional y aristotélico, aún en sus ejemplos más nimios. El espacio simbólico se transformaba en espacio natural, más próximo a la realidad de los fieles y a la habilidad de los alarifes.
En este contexto se sitúan las denominadas iglesias de arcos diafragma, pequeñas construcciones de cabecera plana y una sola nave con fajones generalmente apuntados, de perfil bajo y correspondencia exterior, sobre los que apea una estructura de madera a doble vertiente y en par hilera. Este sencillo modelo de fábrica pudo tener sus orígenes mucho antes y haberse consolidado a través de la arquitectura cisterciense. En España, muy abundante también en obra civil, parece desarrollarse en Cataluña y Valencia desde donde se trasladaría a nuestras sierras y al Campo de Montiel a mediados del siglo XV. Las parroquias de Villapalacios, Ossa de Montiel, Cotillas o Riópar Viejo, junto a otras ermitas menores en Liétor o Masegoso, responden a estas características, que algunos autores identifican con lo mudéjar por la decoración pictórica de las armaduras o sotocoros. Es curioso observar cómo, dónde hay campanario, a los pies de la iglesia, éste es ya renaciente.


Imagen: Interior de la iglesia del Espíritu Santo. Riópar Viejo. Estaba concluida en 1475; la torre es anterior a 1585. Declarada Bien de Interés Cultural por R.D. 3548/1981 (BOE 24-03-82).