lunes, 25 de mayo de 2009

UN DELICIOSO EJEMPLO DEL "CÓMIC" RELIGIOSO EN EL BARROCO POPULAR ESPAÑOL: La Ermita de Belén en Liétor.


El arte barroco es una de las expresiones artísticas más complejas y variadas que existen, fruto de una época, la que transcurre entre los siglos XVII y XVIII, renovadora y convulsa en todos los órdenes, también el cultural.
Así, bajo este concepto entendemos elementos estéticos tan heterogéneos como los que resultan del revisionismo de lo clásico, impuesto por las cortes de papas y monarcas absolutos; la plástica del mercantilismo emergente, asociada a la rica burguesía norteña; o el neopalladianismo colonial del mundo anglosajón. En España, también existe esa divergencia estilística entre un arte oficial, expresión del poder, que traduce en sus palacios y catedrales los modismos importados de Versalles o Roma, y el barroco popular, fruto de la devoción religiosa inspirada por el regeneracionismo contrarreformista.
Son numerosos los ejemplos de esta última forma de entender lo barroco y desgraciadamente no tantas las aportaciones documentales que nos acercan al mundo de la religiosidad cotidiana. Quizá por ello, la puesta en valor de estas obras no haya pasado de una mera clasificación escolástica -preocupada por los principales autores y su influencia- olvidando la producción de artistas y lugares mucho más modestos en los que es fácil confundir tradición e Iglesia, y que abundan, por ello, en la razón de ser última del barroco hispano.
No es del todo el caso de la ermita de Belén en Liétor, declarada monumento histórico-artístico por decreto 893 de 5 de marzo de 1976 y con interesantes estudios realizados por Rubí Sanz y José Sánchez Ferrer, cuya decoración pictórica es una magnífica muestra de lo que decimos. Sobre los muros de una modesta construcción del siglo XVI, en la tradición gótica de las iglesias con arcos diafragma habitual en la sierra albaceteña, se despliega un repertorio plástico epatante, incapaz de dejar indiferente al espectador. Roleos, alfombras, cortinajes y retablos dibujados sirven de marco teatral a un programa iconográfico variadísimo, condicionado por el paisanaje o el culto local y expresado con una ingenuidad consciente, a caballo entre la estampa devocional y el sentido catequético de la imagen barroca. Nos movemos en el terreno de la nueva fiesta religiosa postrentina, en la que adquieren parte sobresaliente y equidistante la escenografía y la imagen, no por ingenuas cargadas de intención simbólica.
El temple alla secca, aplicado en vivos colores sobre las paredes, se despliega rellenando el trazo naif de unos contornos diseñados con anterioridad hasta conseguir plenamente su objetivo: sobrecoger al fiel; atrapado por lo religioso, humilde ante tan exuberante paleta y vivificado por transportarse a un espacio alegórico y paradisíaco al que, sin embargo, se siente próximo y en el que se encuentra reconocido a través de la rusticidad de los personajes y de sus rostros estereotipados y exentos de la más mínima dignidad eclesiástica. Mas al contrario, en su sencillez, expresividad y disposición –cual viñetas de época- encuentra el fiel un credo aprehensible, además del reconocimiento social de sus vecinos.
Mucho se ha discutido sobre el autor o autores de esta decoración, fechada a partir de 1734 y que algunos han relacionado con la firma Vicent que aparece modesta y aislada en algún lugar de la fábrica. Lo cierto es que la homogeneidad de las pinturas apunta a una sola mano y los errores en la interpretación de algunas escenas hagiográficas a un lego. No obstante, el descubrimiento de murales similares en la ermita de la Purísima y en la iglesia del convento franciscano de la cercana localidad de Tobarra, realizadas pocos años antes y en el que tuvimos el privilegio de participar activamente, abre el abanico a nuevas y más complejas interpretaciones.
No es éste el lugar para dichas reflexiones. Nuestro interés se limita aquí a poner en valor los distintos caminos del arte y las curiosas formas que adopta cuando se aleja de los grandes centros de creación y se desvincula de los repertorios áulicos. Liberado de los corsés estilísticos, se muestra cercano, espontáneo y humilde, resultado de lo cotidiano, lo instintivo y lo vital.

Agradecer, como siempre, la amabilidad y atención de D. Francisco Navarro Pretel, y el cariño con el que nos trataron Eli y Rafa, excelentes cicerones de su pueblo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Amaneció, que no es poco




Después de dos intentos frustrados por la nieve y la lluvia, el sábado 25 nos levantamos temiendo que un día más nos acostaremos sin haber visto Ayna. Sin embargo, para sorpresa de todos, el cielo está despejado.
Los expedicionarios habituales nos encontramos en el parking de la universidad y en dos coches emprendemos la marcha. Ya en Ayna nos reunimos con Monchi, Isabel y Cristina, compañeras por un día, y con Jesús, el encargado de la oficina de turismo, que será nuestro guía.
Tras unos kilómetros en coche iniciamos a pie la ruta que nos llevará por la sierra hasta la Cueva del Niño. Admiramos el paisaje, nos asomamos a los precipicios y con ayuda de Jesús imaginamos cómo fue la vida allí tiempo atrás.

Llegamos a la entrada de la Cueva y ya en la pared exterior encontramos un preludio del interior: una mancha informe que las explicaciones de Jesús y Manuel convierten en nítida figura, muestra del arte levantino.
Almorzamos y nos adentramos linterna en mano en la caverna: observamos en dos paneles el contorno perfecto de varios animales que alguien dibujó miles de años atrás, admiramos lo que podría ser una lámpara paleolítica y escuchamos atentos todo lo que nuestro guía nos cuenta hasta que los flashes y los gritos de un grupo de excursionistas acaban con el sueño. El debate de cultura de masas vs. cultura de élite será el tema de conversación de la sobremesa.

Bajo un sol de justicia deshacemos con la lengua fuera el camino andado hasta llegar a la Cueva y nos despedimos. Quedamos los de siempre.

Ponemos rumbo a Liétor y allí, en La Posada, recuperamos fuerzas para la segunda parte de la excursión. Ya en el café se nos unen Rafa, discípulo de Manuel, y Eli. Gracias a su intermediación, Don Paco nos enseña el Convento de los Carmelitas Descalzos. Lo más sorprendente: las momias expuestas en una cámara subterránea y, sobre todo, el ensayo de órgano. Emocionados, decidimos que vendremos a uno de los cuatro que se celebrarán entre mayo y junio.

Salimos y nos dirigimos a la ermita de Nuestra Señora de Belén, donde Don Paco, solícito, nos guía y descifra durante largo tiempo las pinturas que lo cubren todo.

Es tarde y solo tenemos tiempo para una breve visita a la Iglesia de Santiago Apóstol. Un estilo diferente, nuevas explicaciones y, de nuevo, un órgano. Este del siglo XVIII. Definitivamente, vendremos al ciclo de conciertos.

Cuando salimos a la calle ya son las 19:30 y todavía luce el sol. El día ha sido largo pero fructífero: muchos descubrimientos, buenos momentos y sobre todo… ¡se acabó nuestra mala suerte!

jueves, 7 de mayo de 2009

Detalles. Esplendor en la hierba.



Fotografías de nuestra compañera Monchi Quintanilla en la senda que conduce a la Cueva del Niño.