martes, 10 de mayo de 2011

UBI SUNT?



Don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580 y murió en Villanueva de los Infantes el 8 de septiembre de 1645, en su celda del Convento de Santo Domingo. En su testamento había expresado el deseo de ser enterrado en la Capilla mayor de la iglesia del convento, y ser trasladado con posterioridad a Madrid, al Convento de Santo Domingo el Real, donde se encontraba la tumba de su hermana Margarita. Fue enterrado en la iglesia parroquial de San Andrés, en una capilla noble perteneciente a la familia Bustos, y sus restos se trasladaron después a la cripta de la parroquia, ubicada bajo la Sala Capitular. No se tuvieron en cuenta, por tanto, sus deseos.

Se enterró con unas espuelas de oro, que había usado con motivo de su nombramiento como Caballero de la Orden de Santiago y que fueron robadas al saquear su tumba. Al cabo de unos años, en la Plaza Mayor de Villanueva, se celebró una fiesta taurina en la que un joven murió embestido por el toro. El joven lucía unas espléndidas espuelas de oro y cuenta la leyenda que fue el castigo recibido por su atrevimiento.

Ya en el siglo XIX, se decidió la creación en Madrid de un Panteón Nacional de Hombres Ilustres donde reunir a los difuntos españoles más célebres. Se solicitó a Villanueva la entrega de los restos, pero era difícil encontrarlos entre los muchos enterrados en la cripta de San Andrés, por lo que parece ser que los huesos que se enviaron a la capital no correspondían al escritor.

En 1920, y tras el fracaso del panteón, Don Francisco regresa a Villanueva y queda sepultado en la ermita del Cristo de Jamila, bajo una lápida de mármol blanco identificada como apócrifa. Tuvo que llegar el año 2007, para que un equipo de antropología forense de la Universidad Complutense de Madrid encontrara en la cripta de San Andrés, entre más de treinta mil piezas, algunos restos, al parecer de nuestro escritor: un par de fémures, una clavícula, algunas vértebras...

“Serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.”






Escrito por Beatriz Fernández Santamaría.