jueves, 22 de abril de 2010

Siguiente etapa... SAN CLEMENTE.




Rutba se pone en marcha de nuevo en un sábado infernal, pleno de lluvia, aguanieve y frío, mucho frío, como casi todos por otra parte durante este curso. Nuestro destino es en esta ocasión San Clemente, uno de los pueblos monumentales de la comarca; lugar de trabajo de Mercedes durante algunos años, quien nos ha convencido de las bondades artísticas y gastronómicas del sitio...


Nos recibe Amelia, profesora de Historia del Arte del IES, entusiasta conocedora de su tierra, quien hará de amabilísima cicerone durante toda la jornada. Lleva un apropiado gorrito para el tiempo y no tarda en sugerirnos que no hemos elegido el mejor día para la visita; las nubes no descubren el rojizo fuego de la piedra caliza local y la neblina no deja apreciar los primorosos detalles de su labra.


Empezamos, claro está, por el principio, encapuchados unos y refugiados los demás bajo unos pocos paraguas en la Plaza Mayor. Allí se sitúa el espléndido Ayuntamiento del siglo XVI (hoy sede de la Fundación Antonio Pérez y de una excepcional colección de grabados) que Amelia nos describe con artesana minuciosidad. Huele a Vandelvira por los cuatro polos, los de una de las plazas renacentistas más bellas de La Mancha, con el permiso de la patria chica del serrano cantero. Maldecimos nuestra suerte, que no nos deja disfrutar el momento por nisesabe cuantas veces. Alguién recuerda la primera salida: el acueducto de Albatana y la nieve, la comida en Chinchilla y las tardes en cueva... Aparecen las primeras sonrisas; la cosa promete; Rutba resiste y el que resiste gana.


Como replicantes mendigando la razón de vivir, recorremos chorreando la plaza y su apéndice llamado de la iglesia; nos detenemos en el Arco romano -que es bien barroco-, en el Pósito (antigua carnicería clasicista) y en la magnífica portada flamígera de la epístola. Al fondo, la antigua Casa de la Inquisición; allí está bien.


Las explicaciones se aceleran en búsqueda de un cobijo que llega en la Torre Vieja. En su interior nos sorprende un coqueto museo etnográfico, las inmejorables vistas desde su azotea y sendos modillones de rollo en una de las ventanas geminadas que delata su origen gótico. Por frente, la elegante fachada del palacio del Marqués de Valdeguerrero, uno más de los ilustres títulos con los que cuenta la villa.


Ha parado de llover y es momento de regresar al Antiguo Ayuntamiento para disfrutar de la colección de grabados de Antonio Pérez. Unas didácticas explicaciones sobre el museo y las técnicas de grabado -Marcedes se llama también nuestra anfitriona- nos ponen en antecedente de este islote de modernidad en medio del páramo. Ahora Mateo está en su salsa y explica con la sencillez del niño lo que para los demás es teoría de fractales. Reparamos en las bellísimas molduras de los vanos que luego veremos repetidas en la iglesia. Me conmueve la obra gráfica de Guilleme Corneille, fundador con Karel Appel del grupo Cobra, y una exposición de fotografía de Isabel Tallos -Check In- me reconcilia con el Hyde viajero... La logia consistorial es definitivamente perfecta y la perspectiva del testero plano de Santiago tiene aquí su mejor instantánea.


Callejeamos para ver una fachada conopial que Amelia nos dice trasladada de su primera ubicación y la original Casa de los Picos, decorada con armónicos diamantes renacientes que hiciese populares Biagio Rossetti en Ferrara o el último Juan Guas en el Infantado. También los hay en Albacete, y como éstos parecen de un estilo senil que me encanta. En la esquina palaciega Amelia nos descubre el secreto de las cruces de San Clemente, otro más, devocional y popular. Es hora de comer, pantagruélicamente, para reponer fuerzas. La tarde nos espera plena.


A la salida de la fonda más sorpresas, de nuevo la lluvia, y con fuerza. Nos refugia ahora la parroquial de Santiago Apostol, de interior sereno, en la transición al renacimiento, con columnas de orden jónico de las mejores del estilo en muchos kilómetros a la redonda. Otra vez planea la cincelada sombra de Vandelvira. La visita contempla subir a las inconclusas torres y al trasdós de las bóvedas por una escalera de bástago que provoca recelos y entusiasma a la chiquillería. La nueva armadura de madera es digna de alarifes mudéjares y sorprende a todos. Recorremos en silencio prolongado nuestro particular olimpo.


Tras el aterrizaje, Amelia nos habla de la cruz isabelina del humilladero, que hoy se conserva en una de las capillas de la parroquial. Otra obra de arte extraordinaria. Mateo está inquieto y no puedo quedarme más. Me pierdo la ermita de San Roque que veo a través de las palabras de Paloma y Mercedes. Paco ha sido, como otras veces, nuestro reporter; espero impaciente sus imágenes...




PD. Agradecer a Amelia su enorme paciencia y amabilidad, y el haber compartido con nosotros su sabiduría. También a la fundación Antonio Pérez por el trato dispensado a nuestro grupo.