sábado, 16 de enero de 2010

Ternura prehistórica o el valor de lo cotidiano.


Dos de las características más interesantes de la pintura levantina, que la distinguen de las manifestaciones paleolíticas, son la presencia indisimulada de la figura humana como protagonista de muchos de los murales rupestres y el carácter narrativo que estos adquieren. Las composiciones en las que aparece el hombre como elemento intencional son muy variadas y permiten conocer algunos aspectos del modo de vida de la época e incluso la ubicación cronológica de estas pinturas, situadas en el umbral de lo neolítico e incluso más allá.
La caza es la actividad más representada, pero también aparecen escenas de lucha entre distintos bandos, ejecuciones y motivos rituales. Menos numerosas, pero tanto o más interesantes, son las imágenes de la vida cotidiana: recolección de productos silvestres, partos y situaciones familiares. Estas últimas resultan muy atractivas para el análisis de este tipo de comunidades. Las figuras -una de ellas vestida con falda- que se dan la mano en el Abrigo Grande de Minateda (en la imagen) son fiel reflejo de la complejidad de las relaciones sociales que ofrecen las comunidades pospaleolíticas superando una mera dimensión tribal; es además uno de los primeros -y bellísimo- retratos de familia o amistad en la historia, prehistórica, del arte.

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