viernes, 17 de abril de 2009

MAL DE STENDHAL


Cuando salió de la iglesia de la Santa Croce, experimentó con más intensidad esa sensación de zozobra y éxtasis que había tenido en otras ocasiones. El corazón le latía deprisa y las robustas piernas apenas podían sostener su breve y redondo cuerpo, embriagado por los monumentales frescos del Giotto, el desafiante crucificado de Cimabue y los delicados vaciados de Ghiberti di Bartoluccio. Mientras admiraba el lugar exacto donde reposan los restos del humanista Leonardo Bruni, había sentido la absoluta necesidad de buscar rápidamente la salida, un espacio abierto donde devorar a borbotones cualquier soplo de aire fresco.
Tras el episodio de los Cien Días, el funcionario de la administración imperial napoleónica Henri-Marie Beyle se había trasladado a vivir a Milán. Desde allí había recorrido toda Italia, estudiando la pintura del Renacimiento y visitando, como el primero de los viajeros modernos, sus principales ciudades. En Florencia, las calles que bordean el Arno y los recovecos del anfiteatro que conducen hasta la iglesia de los franciscanos le procuraban una fascinación especial. Un día de primavera de 1817 llegó ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados, donde el ser humano se muestra indefenso ante tanta acumulación de belleza y ésta se transforma en un incomprensible deseo de estallar; en una compulsión de risas y llantos incontrolables.
Después de Beyle muchos otros han sufrido el mal que produce la contemplación prolongada del arte. Los más, tienen en común con aquél su vocación de turista testarudo, pero unos pocos poseen la verdadera sensibilidad del goce estético, aquella que perturba la razón y conmueve el alma.

El síndrome de Stendhal fue diagnosticado por la psiquiatra Graziella Magherini en 1979. El escritor Henri Beyle escogió el nombre de la ciudad de origen de J.J. Winckelmann como uno de sus seudónimos, con el que ha pasado a la posteridad.


Imagen: Interior de la iglesia de la Santa Croce en Florencia.

1 comentario:

MERCEDES dijo...

No me extraña lo del mal de Stendhal. Preciosa imagen, y hermosas vidrieras.