domingo, 7 de diciembre de 2008

El acueducto ilustrado




Próximo a la localidad de Albatana, en el paraje conocido como El Molino de Arriba, se levanta un imponente acueducto todavía en uso.
Toma sus aguas de una fuente natural situada a menos de un kilómetro en dirección noroeste, en la linde territorial de los términos municipales de Tobarra y Albatana, que a través de una canalización moderna las dirige hasta el arranque del monumento. Éste, realizado en sillería de arenisca, se extiende en línea recta a lo largo de 389 metros; algo más de la mitad se alzan mediante una arcada escarzana de 61 tramos sobre pilares de sección rectangular que superan los 2,5 metros de altura en su parte final, allí donde se une con el sifón del molino al que daría servicio, erigido en 1742, según inscripción visible hasta hace unos años, y hoy en estado de ruina. En las cercanías de un páramo salobre, rodeado por viñedos, olivares y tierras de labor, aún hoy sobrecoge el monótono ritmo de la arquería modelada caprichosamente por el viento y el pausado discurrir del agua a través de su estrecho cauce hasta estallar en una ceñida y violentísima cascada.
Tradicionalmente y, tal vez, por su notable monumentalidad, se consideró como una obra de ingeniería romana, tesis avalada por el investigador Bernardo Zornoza a partir, sobre todo, de su entorno arqueológico y de los paralelismos con otros molinos hidráulicos estudiados por F. Benoit en Provenza. Según aquél, su uso “exclusivamente industrial” bien pudo relacionarse con la producción de harina para una comarca densamente poblada en las postrimerías del siglo III y durante la primera mitad del IV. Y, ciertamente, parecidas construcciones de explotación se han hallado también en la vecina Jumilla y, mejor documentadas, en áreas muy alejadas del Imperio como el norte de África o Próximo Oriente.
Junto a éste se eleva un segundo acueducto, más burdo, que López y Ortiz denominan “la Calcina Vieja”, por estar realizado de hormigón y considerarlo más antiguo que el primero. Zornoza ya había reparado en el mismo, al que creía posterior en el tiempo debido a lo rudimentario de su construcción y quizá por los acodamientos que describe respecto al trazado axial de aquél.
López y Ortiz redundan nuevamente en aspectos demográficos para datar esta segunda obra en época musulmana, entre los siglos VIII y IX, justificando esta cronología tan concreta por los agrietamientos producidos en la estructura a raíz del terremoto que a principios del siglo X afectó a la comarca. Pero tampoco existen materiales arqueológicos que lo verifiquen y el mortero de cal empleado, que traba una precaria mampostería rehecha en varias ocasiones, sólo indicaría que pudo ser erigido desde el Bajo Imperio en adelante y que debió tener un uso prolongado. La toma oblicua y los acodamientos servirían, según los citados autores, para remansar el agua, por lo que carecería de sentido su servicio a un molino sino, posiblemente, a un batán, cuestión ésta también por confirmar, pues no siendo absolutamente descartable quedarían por resolver algunos problemas logísticos amén de que resulte asimismo muy significativa la ausencia de este tipo de curtidurías en el Repartimiento de tierras del Reino de Murcia tras la Reconquista.
Siendo, como afirman, este caz más antiguo y de origen andalusí, el que nos ocupa se relacionaría por tanto con la fecha inscrita en el molino y no pertenecería a otro anterior de origen romano como apuntaba Zornoza.
Dejando al margen las consideraciones sobre “la Calcina Vieja”, un reciente documento investigado por Francisco Yañez podría arrojar luz sobre el origen del acueducto de Albatana. Se trata de una escritura de obligación firmada el 31 de marzo de 1742 entre los maestros albañiles Juan López y Fulgencio Linares, vecinos de Jumilla y de La Raya de Santiago en Murcia respectivamente, y D. Juan Martín Pacheco, Mayordomo del Marqués de Espinardo, por la que se concierta la construcción de un molino harinero en la “acequia que baja y beneficia la huerta de Albatana (…) en el sitio señalado encima de La Venta” que habría de tener un canal de doscientas varas, es decir, unos 167m. de longitud si hablamos de varas castellanas de la época.
A falta de la confirmación del documento, todo parece apuntar al carácter ilustrado de la obra, encargada de mover la piedra de un molino con el que se abastecería de harina la recién repoblada localidad de Albatana. Las intenciones del Marqués de Espinardo, señor de las tierras, responderían por ello al deseo de renovación económica y agraria impuesto desde la corte borbónica al albur del reformismo neoclásico y el acueducto sería uno más, bellísimo eso sí, de los ejemplos que el siglo de las luces nos ha legado sobre transformación social asociada a la ingeniería de infraestructuras.
Quizá hayamos perdido un ejemplo romano y hallado otro ilustrado; tal vez se desvanezca el misterio romántico de lo pasado, si eso es posible en una arquitectura que, en cualquiera de los casos, supera con creces los... ¡250 años!


NOTA: El acueducto de Albatana fue declarado Bien de Interés Cultural el 28 de diciembre de 1990.

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