martes, 17 de febrero de 2009

VAJILLA CHINA PARA UNA CONDESA


Vuelvo a leer la entrada “El aderezo de brillantes”, publicada por Mercedes el 4 de febrero, y advierto que entre el profuso ajuar matrimonial de Dña. María Francisca de Paula Carrasco y Arce se encuentra –y no precisamente en último lugar- un “almuerzo de China” como parte de la dote de la hija de la Condesa de Villaleal.
La posesión de piezas de porcelana de tan remoto lugar fue una de las curiosas señas de distinción entre la nobleza europea desde el siglo XVII. La delicadeza de la cerámica oriental era identificada como signo de buen gusto, no exento de una carga de exotismo en consonancia con la mundana hidalguía salida del capitalismo inicial y el posterior enciclopedismo de las ideas ilustradas.
Aunque la porcelana china era conocida y apreciada en Europa desde el siglo XIV, no fue hasta principios del XVII que se hizo popular gracias al desarrollo del comercio con Extremo Oriente; favorecido por la creación de las Compañías de las Indias Orientales y la suspensión del patronato imperial en los hornos de Jingdezhen, lo que animó a los productores chinos a buscar nuevos mercados en el extranjero. Poco después, la llegada al poder de la dinastía Qing -de origen manchú-, en 1644, contribuyó a favorecer la elaboración de vajillas para la exportación. Con frecuencia eran realizadas por encargo y en ellas la tradicional decoración a base de paisajes idealizados, escenas costumbristas y figuras vegetales y animales estaba complementada o sustituida por los escudos de armas de las grandes familias europeas en el característico color azul y blanco, célebre desde la época Ming. Con el tiempo, los importadores llegaron incluso a enviar maquetas para la creación de nuevos modelos de piezas más acordes con la moda rococó del siglo XVIII y a los que se añadían ahora esmaltes de color verde, rosa, negro o amarillo.
La “querella de los ritos”, a partir de 1715, no acabó con el comercio de porcelana, que por entonces se había convertido en una de las principales fuentes de riqueza del imperio, pero terminó por centralizarlo en la ciudad de Cantón. Desde allí partían los barcos portugueses, ingleses, holandeses o suecos con rumbo a Europa para vender la apreciada loza del periodo Qianlong, que a lo largo del siglo fue perdiendo calidad a medida que los funcionarios gubernativos dejaban el control de los talleres a las autoridades locales. Quizá por ello, desde mediados de siglo se redujo sensiblemente la demanda y se buscaron alternativas en la cerámica japonesa de Imari, de amplia paleta y complejas decoraciones, y en fábricas europeas como Meissen, Worcester, Capodimonte o el Buen Retiro que desde entonces incluyeron entre su producción los repertorios chinoiseries.
En España, sin embargo, la cerámica de Compañía de Indias –como se la conoce genéricamente- siguió siendo hasta 1785 un lujo excepcional. Ajenos a las rutas comerciales por el Índico, los pedidos se tramitaban desde Acapulco, vía Manila, lo que encarecía las transacciones y posibilitaba que muchas de las piezas se “perdiesen” en las ferias mejicanas. Desde esa fecha, gracias a la creación de la Real Compañía de Filipinas, las embarcaciones españolas optaron por una ruta directa a través del cabo de Buena Esperanza hasta el puerto de Cádiz. De ahí que los primeros años del reinado de Carlos IV fueran de una intensa actividad comercial en este tipo de género, permitiendo a la nobleza española equipararse con la de los principales Estados europeos. Las colecciones de porcelana China se exhibían ahora con orgullo en los grandes salones palaciegos de nuestro país y las piezas de uso: servicios de mesa, tocador o medicina…, se convirtieron en la máxima expresión del refinamiento.

2 comentarios:

MERCEDES dijo...

Muy buena e interesante entrada que nos ayuda a realizar una visión mucho más completa de la forma de vida de las clases pudientes a finales del Antiguo Régimen. La condesa y su hija utilizarían una vajilla de este tipo para los almuerzos en su magnífica casa de La Roda...

MANUEL dijo...

No lo dudes. Eran las "vajillas de recepción", que servían para presumir ante lo iguales y hacer hablar a los sirvientes...