lunes, 12 de enero de 2009

Año de nieves...


Si hacemos caso al conocido refrán castellano, el 2009 va a ser un buen año a tenor de las copiosas nevadas que ha dejado sobre toda Europa durante sus primeros días. Pero seguro que dudarán de ello los analistas económicos o los nuevos desempleados, y desde luego no pensarán lo mismo los que se han visto retenidos en aeropuertos o carreteras durante interminables horas, ni aquellos que todavía buscan un trozo de madera que prender o una vieja central nuclear que poner en funcionamiento para calentar las estufas más allá del Danubio. Y es que, creo yo, hay dichos populares que ya no lo son tanto o que, cuando menos, han perdido su sentido inicial para encorsetarse en estampas tan bucólicas y efímeras como un muñeco de hielo.
¿Quién salvo un niño o un esquiador compulsivo podría defender actualmente el dichoso refrán? La nieve es incómoda, traicionera y, sobre todo, fría, muy fría...
Por esto último hubo un tiempo en el cual todo tenía sentido. Aquél en que el cristalino elemento era un bien precioso; cuando la tecnología no sabía de neveras, frigoríficos, ni congeladores y el hielo y la sal -nunca hermanados- eran los únicos conservantes naturales de los alimentos. Sabemos que en Mesopotamia se hacía acopio de nieve 3000 años antes de Cristo y que en Grecia y Roma se utilizaba también con fines terapéuticos. En la Península, los musulmanes potenciaron su valor como conservante, refresco y en usos medicinales, y a partir del siglo XVI se convirtió en un deseado objeto mercantil, sometido a las correspondientes cargas impositivas de la Hacienda del nuevo Estado y al que se dedicaron abundantes tratados sobre sus propiedades curativas.
Comenzaron a construirse entonces los pozos de nieve o ventisqueras, donde almacenarla y preservarla del calor. Eran edificaciones de estructura heterogénea, generalmente de planta circular, semienterrados y cubiertos con falsa cúpula, situados en las umbrías de montes y colinas, y orientados al norte. Allí “los neveros” compactaban y apilaban el hielo recogido durante el invierno y los primeros meses de primavera en las cumbres y prados, entre camas de tierra o paja para dividir la carga y aliviaderos de agua para evitar su licuación. La venta solía realizarse en los meses de estío, abasteciendo a poblaciones cercanas y a otras situadas a decenas de kilómetros gracias al transporte que los arrieros realizaban en grandes vasijas o sobre serones de esparto cubiertos de helecho, siempre de noche.
Con la llegada de los Borbones y de las nuevas costumbres y necesidades diociochescas derivadas del aumento de población y el desarrollo comercial, proliferó la construcción de estos edificios en los aledaños de las grandes poblaciones del levante y sur de España y en las principales rutas de comunicación y distribución de alimentos entre el litoral mediterráneo y la capital.
En relación con lo anterior, a 850 metros de altitud y próximo al casco urbano de Alpera –“pueblo por su constitución frío, destemplado y sano”, como se describe en el Diccionario geográfico de Tomás López (1786-89)- se alzó el “Pocico de la Nieve”, extraordinaria muestra –por dimensiones y estado de conservación- de este tipo de fábricas. Una típica construcción de mampostería y ladrillo hundida en el terreno, con instalaciones aledañas para trabajadores más propias de las explotaciones del domestic system protoindustrial que de las producciones artesanales precedentes. Desconocemos la fecha en que fue erigido, bien pudo ser en los últimos años del siglo XVIII o primeros del XIX, pero a tenor de algunas descripciones de época debía encontrarse a pleno rendimiento a finales de éste y comienzos del XX.
Poco después, la democratización del frío industrial desarrollado por Charles Tellier terminaría por arruinar un sufrido negocio hasta entonces rentable. Los últimos bloques de hielo natural se vendieron en la España de la posguerra…



La resolución de 22-10-2008 de la Dirección General de Patrimonio incoa expediente para declarar Bien de Interés Cultural el Pozo de la Nieve de Alpera, con categoría de Sitio Histórico.

3 comentarios:

FRANCISCO dijo...

Muy interesante.

Anónimo dijo...

¿Será que todo tiempo pasado fue mejor?
Un saludo Manuel.
María.

MANUEL dijo...

No lo creo María, pero a los historiadores siempre nos puede la nostalgia... ¿Tal vez seamos un poco masoquistas, no te parece?